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Autor: William MacDonald

Hay personas comprometidas con convicciones por las cuales están dispuestas a morir. Su dedicación al Señor es final e irrevocable. Para ellos la voluntad de Dios es primordial!


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PE2217 – Estudio Bíblico
Compromiso total III (3ª parte)



Amigos, un gusto estar nuevamente con ustedes. Hablando de compromiso y consagración, no podemos olvidarnos de Daniel y sus tres amigos, quienes vivían como cautivos en Babilonia. A causa de su excelencia personal, llegaron a captar la atención del rey. Él decidió capturarlos, reciclarlos como caldeos al cambiar sus nombres, sus idiomas, su dieta, su estilo de vida, y su cultura. ¡Ah sí, y su religión! Los nombres hebreos que se les habían adjudicado tenían todos el nombre de Dios en ellos: Daniel – Dios es mi Juez; Ananías – Jehová es Dios de gracia; Misael – ¿Quién como Dios?; y Azarías – Jehová es mi Ayudador (o guardador). Sus nuevos nombres babilonios contenían los nombres de deidades paganas: Beltsasar – Bel, el dios nacional; Sadrac – quizá el dios de la luna o el dios de la ciudad; Mesac – que significa soy humillado (delante de mi dios); y Abed-nego – siervo de Nebo.

La primera tentación a transigir vino en el área de la comida y la bebida, lo que puede parecer algo bastante inofensivo en sí mismo. Se les dijo que debían aceptar el menú real (que quizá incluiría la mejor comida y el mejor vino del mundo). Al estar de acuerdo, contribuirían a mejorar sus perspectivas de ascenso en la corte real. Podría haber parecido una ingratitud no estar de acuerdo con la orden del rey después de todo lo que había hecho por ellos. Quizá razonaron y concluyeron que podían comer la comida sin consentirla en sus corazones. Sus compañeros judíos fuera del palacio nunca lo sabrían. Y, además, todos los otros lo estaban haciendo.

Pero no era kosher, sino una comida probablemente ofrecida a los ídolos, y comerla hubiese violado las leyes alimenticias que Dios le había dado a Israel. Así que, leemos en Dn. 1:8, que: “Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía”.

Pero, antes que el incidente pudiera volverse una causa célebre, Daniel sugirió sabiamente una alternativa. Que estos jóvenes hebreos sigan una dieta vegetariana por diez días y vean lo que sucede. El jefe de los eunucos estuvo de acuerdo. Diez días después el rey los encontró de mejor parecer, más sabios, y más entendidos que todos los demás. Tuvo que admitir que ellos eran diez veces mejores que todos sus magos y astrólogos babilonios.

Al sujetarse a sus principios en lo que para otros pudo haber significado algo trivial, fueron honrados por Dios y preparados para lo que sería una prueba más severa:

El Horno de Fuego

No demoró en llegar esa otra prueba. El rey de Babilonia aparentemente desarrolló una idea exagerada de su propia importancia como resultado de un sueño, así que ordenó que se erigiera una estatua. Estaba bañada en oro y era tan alta como un edificio de ocho pisos. Era su manera de garantizar una religión unificada así como también un gobierno unificado. En el día de su dedicación, se les ordenó a todos que se postraran en adoración. La pena por la negativa era ser echados en un horno ardiente.

Pareciera que Daniel no estaba en ese momento, pero su ejemplo no había sido desechado por sus tres amigos. Ellos tomaron una posición firme. No adorarían a un ídolo bajo ninguna circunstancia.

Quizá fueron los consejeros de la corte quienes los delataron, celosos porque estos esclavos serían puestos a regular cuestiones de la provincia de Babilonia. Cuando el rey lo oyó, no pudo creer que alguien se atrevería a desobedecer su orden. ¿Acaso pensaban que su Dios podría rescatarlos de su poder? Los jóvenes hebreos sabían que sí. Así que cuando el rey les dio su ultimátum, dijeron:

“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado (así leemos en Dn. 3:17 y 18).”

Ellos sabían que era mejor quemarse que doblegarse. Mejor morirse que negar sus principios. Mejor ir al cielo con la conciencia tranquila que quedarse en la tierra con remordimiento.

El rey estaba enfurecido, y ordenó que calentaran el horno “al máximo,” y que los tres jóvenes inconformes fueran echados dentro. La idea de ser consignados a tal tortura es suficiente para provocar un ataque cardíaco. Pero, vea lo que sucedió.

Las llamas mataron a los ejecutores pero no a los hebreos.
Los tres jóvenes no fueron abandonados por el Señor. Él estaba en el horno con ellos. Todo lo que hizo el fuego fue destruir las cuerdas que los ataban. Cuando salieron, su ropa no estaba quemada, sus cuerpos no estaban quemados, sus cabellos no estaban chamuscados, ni siquiera tenían olor a fuego en ellos (según se nos dice en Dn. 3:22 al 27).

El rey emitió un edicto honrando al Dios de los judíos y amenazando de muerte a todo el que hablara en Su contra. Él también promovió a los tres jóvenes a prueba de fuego.

Spurgeon dijo: “Si usted cede una pulgada, será abatido; pero si no cede – ni siquiera un pelito – le respetarán. El hombre que pueda esconder sus principios, y encubrir sus creencias para, de esa manera, hacer un poquito de mal, es un “don nadie”. Usted no puede cambiar al mundo si permite que el mundo lo cambie a usted.”

Otra prueba que enfrentó Daniel fue: El Foso de los Leones

Para entonces, él tenía entre ochenta y noventa años, y era una figura poderosa en el reino de Persia. Sus celosos colegas querían una razón para deshacerse de él, pero su carácter y conducta intachables lo hacían difícil. Concluyeron que la única manera de “atraparlo” era prohibir la oración al Dios de Daniel.

Entonces se declaró esta ley que no podía ser revocada. Al siguiente mes, cualquiera que orara a cualquier dios u hombre, excepto el rey Darío, sería arrojado a los leones.

Daniel no encontró razones para dejar de orar, así que se arrodillaba tres veces al día en su habitación, hacia Jerusalén, dando gracias, y suplicando fervorosamente. Eso no era todo. Se arrodillaba frente a una ventana abierta, igual que lo había hecho siempre. ¿Por qué cambiaría ahora? Aquí estaba un hombre que prefería la fosa de los leones a pasar un día sin orar.

Puesto que sus colegas estaban esperando que Daniel quebrantara la ley, no necesitaron esperar demasiado. Él no oraba bajo las mantas de su cama. Tampoco lo hacía en silencio – en su corazón. No, oraba a viva voz y a vista de todos. El rey no tuvo alternativa; Daniel debía convertirse en carne para los leones. Así que fue arrojado al foso.

¡Pero, espere! Daniel dormía con los leones mientras el monarca tenía un caso real de insomnio. En la mañana, el hombre de Dios apareció en perfectas condiciones. Dios había cerrado las bocas de los leones. Sus acusadores murieron, y su Dios fue honrado con un decreto real.

Piense en la gloria que vino como resultado del compromiso de Daniel. Ese valiente hombre nada sabía sobre lo que Robert G. Lee llamó “teología invertebrada, moralidad de molusco, religión de columpio, convicciones de caucho y filosofía de acróbata.” Estas personas comprometidas tenían convicciones por las cuales estaban dispuestas a morir. Su dedicación al Señor era final e irrevocable. Para ellos la voluntad de Dios era primordial. No tenían más que desprecio por las rutas de escape, las alternativas fáciles, las excusas. En la vida o en la muerte, ellos le pertenecían al Señor.

3 Comments

  1. Dubert Amezquita paez dice:

    Estos estudios nos fortalecen muho para creer mas en DIOS.

    • llamadaweb dice:

      Gracias Dubert por tu mensaje!!

      Es de ánimo para nosotros!!

      Sabemos que el Señor continuará obrando en nuestras vidas!

      Bendiciones!

      Robert
      LlamdaWeb.org

  2. Dubert Amezquita paez dice:

    grasias por esas vitaminas para el alma,los escucho desde colombia*****

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