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Autor: William MacDonald

Podemos ser libres, vivir para nuestro ego, para el placer, para las cosas materiales, o podemos elegir ser esclavos de Dios voluntariamente.


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PE2215 – Estudio Bíblico
Compromiso total III (1ª parte)



Amigos, ¿cómo están? En los tiempos del Antiguo Testamento, algunos esclavos eran: MARCADOS DE POR VIDA.

¿Le sorprende que hubiese esclavitud en Israel en los tiempos bíblicos? Bueno, así era. A veces era la única manera en que un israelita en bancarrota podía salvarse de una gran deuda. La Biblia habla de la esclavitud como un hecho de la historia, nunca aprobándola como una institución social.

El Señor estableció leyes que protegían los derechos de los esclavos y los salvó de un tratamiento cruel y abusivo. Una ley en particular decretaba que un esclavo hebreo debía ser liberado en el séptimo año de su servicio. No importaba lo opresivo de sus condiciones, siempre tenía la esperanza de la libertad. Su amo estaba obligado a proveer al esclavo liberalmente, con carne, vino, vestimenta, y todo lo que necesitara para vivir cuando lo liberara. Sin embargo, había veces cuando el esclavo veía que era mejor trabajar para un amo bueno y generoso, que estar libre y por su cuenta. Por tanto, no tenía necesidad de aceptar su libertad. Podía expresar su compromiso con su dueño a través de un simple ritual. El amo lo llevaba a la puerta de la casa, ponía un lóbulo de su oreja contra la puerta, y lo atravesaba con un punzón. El esclavo decía: “Amo a mi dueño. No me iré lejos de él”. Entonces quedaba marcado como esclavo de por vida (algunos pasajes de Ex. 21 y Dt.15 nos hablan de esto).

Algunos ven una referencia al Señor Jesús en el Salmo 40:6, como Quien se comprometió a un servicio permanente. Las palabras “Has abierto mis oídos” literalmente dicen: “Has perforado mis orejas”. Y a través de este acto se comprometió para siempre.

Nosotros también podemos convertirnos en: Un Esclavo Perpetuo

La aplicación es clara. Una vez fuimos esclavos del pecado y de Satanás: engañados, cargados, oprimidos. El diablo era el peor de los amos. Y entonces conocimos a Jesús. Él nos salvó de nuestros pecados y del dominio del maligno. Él fue bueno con nosotros, más allá de nuestro cálculo o imaginación.

Podemos ser libres, vivir para nuestro ego, para el placer, para las cosas materiales, o podemos elegir ser Sus esclavos voluntariamente. Podemos decir: “Amo a mi dueño. No me iré lejos de Él.” Podemos presentarnos para ser Sus esclavos para siempre.

Frances Ridley Havergal captó el compromiso del esclavo hebreo de esta manera:

Yo amo, amo a mi Señor, no me iré en libertad,
Porque Él es mi Redentor, Él pagó el precio por mí.
No abandonaré Su servicio, es algo tan dulce y bendito;
Y en los momentos de mayor cansancio,
Él nos da verdadero descanso.
Pues Él ha respondido a mi llamado
Con palabras de un tono dorado,
Para que yo pueda servirle para siempre a Él, sólo a Él.

En el Antiguo Testamento hallamos a los siervos contratados y a los esclavos. Los siervos contratados trabajaban por un salario. Su motivación era el dinero. Los esclavos pertenecían a sus señores. Algunos de ellos amaban a sus señores, al menos el amor era su motivación. Un esclavo así valía dos veces más que un siervo contratado. Cuando se le daba la libertad al término de seis años, el dueño debía recordar: “No te parezca duro cuando le enviares libre, pues por la mitad del costo de un jornalero te sirvió seis años” (así está escrito en Dt. 15:18). Y así sigue siendo hoy. Aquellos que sirven al Señor con un corazón lleno de amor, valen dos veces más que los que “toman la piedad como fuente de ganancia” (como menciona 1 Tim. 6:5).

En la historia de la era pre-cristiana, no hay escasez de mujeres que hicieron historia para Dios por su dedicación. La cultura de ese tiempo era degradante hacia las mujeres, pero muchas de ellas se levantaron contra eso para mostrarle al mundo lo que es la verdadera devoción. A dos de ellas se las honra de manera especial teniendo un libro con su nombre en el Antiguo Testamento. Ellas son Rut y Ester.

Rut es una estrella brillante en la galaxia de los consagrados. Ella tenía un compromiso intensamente fiel con Noemí, su suegra. Y más que eso, su vida fue entregada al Dios de Noemí.

Hablando sin rodeos, ella era una “doña nadie”. Venía de una familia de desconocidos, y de entre los moabitas, una raza que había sido maldita por Dios y despreciada por Su pueblo. Ella era una mujer, un género despreciado en esa cultura. Su marido había muerto y la había dejado sin hijos. Su suegra era una judía, una extranjera en la ciudad natal de Rut.

Entonces llegó el momento que, según declara el poeta, le llega a todo hombre y nación, el momento de decidir. En el caso de Rut, la pregunta era: “¿Iría con Noemí a Belén de Judá, o se quedaría con su propio pueblo en Moab?” Su suegra trató de facilitarle la decisión al sugerirle que se quedara en su hogar. Eso era lo que iba a hacer su cuñada.

Pero, lo de ella fue una: Noble Dedicación

La decisión de Rut fue un clásico del compromiso:

Rut le contestó: “No me pidas que te deje; ni me ruegues que te abandone. Adonde tú vayas iré, y donde tú vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré, y allí mismo seré enterrada. Que Dios me castigue si te abandono, pues nada podrá separarnos; ¡nada, ni siquiera la muerte!”

Su decisión fue enfática: “No me pidas que te deje. Ni lo insinúes. Ni siquiera lo pienses. Ya he decidido seguirte. No hay vuelta atrás.”

A juzgar por el nivel de su devoción, podemos intuir las siguientes decisiones que tomó:

Una nueva persona para seguir. “No me pidas que te deje.” Rut detectó algo en Noemí que le daba confianza. Esta madre de Israel era digna de ser seguida.

Un nuevo lugar para vivir. “Donde tú vivas, viviré.” Reprimiendo su espíritu nacionalista, su amor por Moab, estuvo dispuesta a romper lazos con su familia, amigos, y sus orígenes.

Una nueva familia. “Tu pueblo será mi pueblo.” Se volvió una judía, una hija de Abraham por adopción. Ella eligió al pueblo de Dios, desechado por el mundo, pero el más excelente de la tierra.

Una nueva religión. En las palabras “Tu Dios será mi Dios,” Rut se despidió de sus dioses paganos, los rituales, y los santuarios de Moab, para abrazar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

Un nuevo lugar para morir. Cuando ella dijo: “Donde tú mueras, moriré,” estaba confirmando que su intención era hacer de su decisión un compromiso de por vida. Ella quería estar identificada con Noemí tanto en su muerte como en su vida.

Un nuevo lugar de sepultura. “(Donde seas sepultada) allí seré sepultada.” Era una tradición ser enterrado en el lugar de sus raíces. Jacob y José quisieron que se transportaran sus cuerpos desde Egipto para ser sepultados en la Tierra Prometida. Es algo bastante natural. Aun los salmones tienen un instinto hogareño cuando sienten que su vida va a terminar; mas Rut estaba determinada a no seguir esa tradición.

Una joven y desconocida viuda se consagraba sin reservas al Dios de Israel. Como resultado, conoció y se casó con un hombre de carácter sobresaliente, se convirtió en uno de los ancestros del Mesías y, como dijimos, tiene un libro con su nombre en la Biblia.

Tú nunca sabes, el día en que te entregas totalmente al Salvador, los tesoros que Él tiene guardados para ti.

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