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Autor: William MacDonald

Nada puede compararse a lo que sucedió en el Calvario. Nadie, ni en su más alocada imaginación, podría haber llegado a concebir una historia tan sublime, tan asombrosa, de tal alcance, en el tiempo y en las consecuencias. Por eso, las personas por las cuales Jesucristo murió, no pueden negar Sus justos reclamos, ni sucumbir en un cristianismo tedioso, ni vivir por el placer egoísta. ¡Nuestra redención demanda nuestra consagración total!


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PE2208 – Estudio Bíblico
Compromiso total I (5ª parte)



¿Cómo están amigos? Repasamos el último de los beneficios que habíamos mencionado que hemos obtenido por Cristo, y seguimos adelante:

Somos Hijos de Dios

En el momento de la conversión, nacemos a la familia de Dios. De ahí en adelante, Él es nuestro Padre y nosotros Sus hijos, en una relación que no puede ser quebrantada. Ningún ángel tiene ese privilegio. Está reservado para los pecadores salvos por gracia. Ya sea que estudiemos el estrellado universo a través de un telescopio o una célula viva por medio de un microscopio, diremos: “Mi Padre lo hizo.” Los mundanos pueden enorgullecerse de su ascendencia, sus vínculos con famosos, o sus lazos con los ricos. Pero todos estos honores son patéticos si los comparamos con conocer a Dios personalmente como Padre.

Somos Herederos y Co-herederos

Como somos Sus hijos, somos herederos de Dios y co-herederos con Jesucristo. Esto quiere decir -tome asiento por si acaso – que todo lo que Dios tiene… es nuestro. El apóstol Pablo dijo: “todo es vuestro… y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co. 3:21-22). Rápidamente somos tentados a pensar en riquezas materiales, pero, probablemente, eso sea lo menor. Pablo explica: “todas las cosas”, incluyendo los siervos de Dios, (usted no tiene que elegir uno sobre el otro), el mundo, la vida, la muerte, las cosas presentes y las que han de venir. Seguramente, nuestras mentes no son capaces de sondear todo lo que implica ser herederos de Dios, pero un día disfrutaremos plenamente de todo eso. Mientras tanto, podemos deleitarnos en el hecho de que somos pecadores, salvos por gracia, y hoy herederos de todo el tesoro divino. No existe cuento de Cenicienta que se compare, nadie que se levante de tales harapos a semejante riqueza. Este hecho es suficiente para volar los fusibles de nuestro cerebro.

Somos Habitados

El Espíritu Santo habita en todo creyente para siempre. Tan sólo piense en esto: la tercera persona de la Trinidad habita en nuestros humildes cuerpos. Está allí como un sello, marcándonos como pertenencias eternas de Dios. Es un depósito que nos garantiza que recibiremos todo lo que el Salvador compró para nosotros en el Calvario, incluyendo el cuerpo glorificado. Como unción, Él nos capacita para discernir la verdad del error. Es el Ayudador, quien se acerca a asistirnos en tiempos de necesidad. Él nos guía, intercede por nosotros, y produce el fruto de la santidad en nuestras vidas. Bien podríamos preguntarnos: “¿Qué buen y necesario ministerio no ejecuta por nosotros?”

Somos Su Novia

La Iglesia, conformada por todos los creyentes, es la novia de Cristo. Esto habla del amor especial que Él tiene por nosotros. “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (nos dice Efesios 5:25 al 27). Ser parte de Su novia es un honor mayor que ser miembro de todas las organizaciones, fraternidades y sociedades de prestigio en toda la tierra. La Iglesia significa más para Dios que todas las naciones del mundo. Éstas son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas (como vemos en Is. 40:15). La Iglesia es la novia de Cristo. Es la comunidad de lo excelente en la tierra.

Somos Capaces de Orar

Tenemos acceso constante al Soberano del universo en oración. No se necesita programar una cita. Por fe entramos al lugar más santo, en adoración, alabanza y acción de gracias, y luego con nuestras súplicas e intercesiones. Sabemos que Él responde a todas nuestras oraciones exactamente de la misma manera en que lo haríamos nosotros si tuviéramos Su sabiduría, amor y poder. Este privilegio de la oración fue ganado para nosotros por la sangre de Jesús (según He. 10:19), y es invaluable.

Tendremos Gloria Eterna

Estamos destinados a una gloria eterna con el Señor en el cielo. El Salvador no se satisfizo con salvarnos del infierno, o darnos una existencia prolongada en el Planeta Tierra. No, Él no se verá satisfecho hasta que recibamos nuestros cuerpos glorificados como el Suyo propio, y estemos con Él en el cielo.

J. N. Darby lo expresó así:
Y es así -¿seré como Tu Hijo?
¿Es ésta la gracia que Él para mí ganó?
Padre de gloria, ¡pensamiento sobre todo otro!
En gloria, ¡bendita semejanza trajo a los suyos!

Después de decir todas estas cosas, ni siquiera hemos llegado a profundizar en las bendiciones que fluyen para nosotros de la cruz. Pablo lo resume al decir que hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (en Ef. 1:3). Somos el pueblo más favorecido de la tierra, y todo por causa del Calvario. Su dolor verdaderamente es nuestra ganancia.

Necesitamos Responder a Esto

Y existe sólo una conclusión. Como hemos mencionado, para Cristo debe ser todo o nada. No podemos seguir malgastando nuestras vidas en trivialidades. No podemos contentarnos más con ser lo que J. H. Jowett llamó “oficiales menores en empresas temporales.” En el futuro, debemos determinar que ese amor tan impresionante, y tan divino, tenga “nuestros corazones, nuestras vidas, nuestro todo.” Debemos hacer un compromiso total con Él.

Entonces, nos preguntamos: ¿QUÉ ES EL COMPROMISO?

La lógica de nuestra redención nos ha llevado por una calle, de un sólo sentido, que termina en el compromiso total. Está bien. ¿Quiere eso decir que mi obligación es asistir a la iglesia regularmente, poner dinero en la ofrenda, leer la Biblia de vez en cuando, y orar? ¿Es eso todo lo que significa? Difícilmente lo sea.

El compromiso es un acto definido y bien considerado, en el que una persona devuelve su vida al Señor para que Él pueda hacer lo que quiera con ella. Es intercambiar nuestra voluntad por la Suya. Es dejar a un lado nuestros derechos y reconocer los derechos de Su trono. Es abandonarlo todo por Él, Quien abandonó todo por nosotros.

En cada vida hay un trono. El ocupante natural de ese trono es el ego. El compromiso se da cuando el ego es destronado y el Señor Jesús es coronado como Rey. Es cuando decimos desde el corazón:

Tómame como soy, Señor,
Y hazme todo Tuyo;
Haz de mi corazón Tu palacio
Y Tu trono real.

Es posible comprometer mi vida con Jesús para salvación, pero fallar en mi compromiso de servirlo. Ambos compromisos pueden tener lugar en la conversión, como sucedió con Saulo de Tarso, pero, lamentablemente, en esta vida las cosas no siempre son como deberían.

El compromiso implica negarse a uno mismo, tomar la cruz, y seguirlo. Es perder la propia vida por Su causa y la del evangelio. Es entregarnos en alma y cuerpo, y abandonarnos completamente en Dios. Cuando usted desea la voluntad de Dios como ninguna otra cosa y le entrega a Él la devoción de su corazón y el amor de su alma, se convierte entonces en un cristiano comprometido.

Debe ser una Entrega Incondicional

La máxima dedicación a Jesús, es incondicional. Ciertas palabras o expresiones no se encuentran en el vocabulario de alguien que está comprometido en forma incondicional, tales como: “Así no, Señor”; “Te seguiré, pero déjame primero…”; “Ahora no, más tarde”. El compromiso implica sumisión a Él en enfermedad o en salud, en pobreza o abundancia, en el hogar o fuera de él, soltero o casado, desconocido o bien conocido, en vida corta o larga.

¿Acaso nos parece esto una carga pesada para una persona? Recordemos que, por el contrario, Cristo dijo que su carga era ligera y Su yugo fácil. Lo que realmente se torna difícil es cuando trazamos nuestro propio curso, y “hacemos las cosas a nuestra manera”.

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