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Autor: William MacDonald

Nada puede compararse a lo que sucedió en el Calvario. Nadie, ni en su más alocada imaginación, podría haber llegado a concebir una historia tan sublime, tan asombrosa, de tal alcance, en el tiempo y en las consecuencias. Por eso, las personas por las cuales Jesucristo murió, no pueden negar Sus justos reclamos, ni sucumbir en un cristianismo tedioso, ni vivir por el placer egoísta. ¡Nuestra redención demanda nuestra consagración total!


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PE2204 – Estudio Bíblico
Compromiso total I (1ª parte)



Amigos: Nada en la historia del universo puede compararse a lo que sucedió en el lugar llamado Calvario. Reducido a unas pocas horas, es un evento que, como alguien dijo una vez, “se eleva sobre las ruinas del tiempo”.

Se han publicado más libros sobre él que sobre cualquier otro evento. También es el hecho sobre el cual se escribió más poesía y se compusieron más melodías cristianas. Algunas de las principales obras maestras de arte del mundo intentaron plasmarlo. Un sinnúmero de sermones persisten en el tema. Se conmemora globalmente cada vez que se celebra la Santa Cena. Y cada vez que vemos una cruz, recordamos Quién fue crucificado en la más conocida de ellas. El recuerdo de esas pocas horas se cuenta en lenguaje sencillo y poco emotivo. Sin embargo, es una historia que no se desvanece ni envejece.

Fue el día en el que el Señor Jesucristo murió. Su muerte fue única – única como la Persona involucrada, las personas para quienes ocurrió, y el propósito con el que sucedió. Nadie, ni en su más alocada imaginación, podría haber llegado a concebir una historia tan sublime, tan asombrosa, de tal alcance, en el tiempo y en las consecuencias. Ciertos autores han documentado historias insospechadas e inexistentes, pero ninguna jamás pudo asemejarse a la saga del Calvario.

Cuando intentamos tomar conciencia de lo que sucedió cuando Cristo murió, también nos enfrentamos a otras tremendas cuestiones. Conclusiones a las cuales llegar, decisiones que hay que tomar. A la sombra de la cruz, somos forzados a concluir que se trata de todo o nada. No existe lugar para la neutralidad. Aquellos que creen en el Señor Jesucristo no se atreven a ser indiferentes respecto a Su obra y persona, pues, de lo contrario, insultarían Su majestad y mostrarían una gran ingratitud por lo que Él hizo. Se lo dijo a la iglesia en Laodicea, con una franqueza justificable: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:16).

La gente por la cual murió Jesucristo no puede negar Sus justos reclamos, ni sucumbir en un cristianismo tedioso, ni vivir por el placer egoísta. Nuestra redención demanda nuestra consagración total.

¿Qué sucedería si los creyentes pudieran pararse ante la cruz y darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo? Abrumados por las dimensiones de su salvación, se volverían adoradores compulsivos. No dejarían de maravillarse por la asombrosa gracia de Jesús, y hablarían de Él a todo el que quisiera escuchar. Día y noche estarían apasionados, sin ninguna vergüenza, por Aquél que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Las ambiciones mundanas perecerían a causa de haberse entregado sin reservas a Cristo y Su obra. El mundo sería evangelizado. Es triste reconocer que hoy no es así. La iglesia se toma todo muy a la ligera. La muerte de Jesús en la cruz del Calvario no nos impacta de la manera en que debería. Nuestro ego nos hace concluir que era lo apropiado que el Hijo de Dios muriera por nosotros.

Cada cierto tiempo, un gran rayo de luz atraviesa la oscuridad. Por aquí y por allá, se levanta algún creyente que se detiene ante el Calvario, y ora, con las palabras de A.M.Kelly:

“Oh, hazme entenderlo,
Ayúdame a aceptar,
Lo que para Ti, el Santo, significó,
Mi pecado soportar.”

Cuando el profundo significado de lo que allí sucedió comience a descender sobre esa persona, jamás será la misma. En efecto, podrá decir:

“He contemplado la visión
Y ya no podré vivir para mí.
La vida es menos que la nada
Si no doy todo de mí.”

Esta gente nunca más volverá a satisfacerse con una vida cristiana mediocre. Está determinada a no rebajarse jamás a la frialdad de su entorno. Se da cuenta de que el cristianismo que ve todos los días no es el mismo que el del Nuevo Testamento. A estas personas las controla otra fuerza. Poseen una pasión que las absorbe durante sus horas de vigilia. Pueden llegar a convertirse en lo que algunos llaman fanáticos, pero eso no las desalienta en lo más mínimo. Si parece que perdieron la cabeza, es porque encontraron la mente de Cristo. Si es que están fuera de sí, es por Dios. Si parecen raros o fuera de lugar, es porque marchan al compás de un tambor diferente. Ellos no quieren que nada se interponga entre su alma y su compromiso total con el Salvador.

¿Qué ha hecho que estas personas, de la que hablábamos antes de la pausa, sean diferentes? Detrás del cambio, se encuentran cuatro tremendas realidades. Cuatro hechos a destacar: Han visto quién es Jesús, lo que Él ha hecho, lo que son ellos en contraste, y las bendiciones incomparables que fluyen hacia ellos desde el Calvario.

Al estudiar ahora estas verdades transformadoras, oremos por que también podamos tener una apreciación más profunda de las mismas, y nos comprometamos con Cristo más plenamente que antes. Esto puede significar cambios revolucionarios en nuestras vidas. Enfrentémoslos valientemente y con disposición.

Lo primero es: ¿QUIÉN ES JESÚS?

Volvamos a considerar a Jesús – ¿Quién es Él? Si no lo tuviéramos en cuenta, no existiría un pensamiento correcto sobre el sentido de la vida. Él es el eje de la historia, la fuente de la satisfacción, la encarnación de la realidad, el hecho central de la vida.

Él es único

Jesús es el Hijo, nacido de la virgen María, único desde el comienzo. Otros nacen para vivir; Él nació para morir. La noticia del nacimiento de un bebé suele provocar gozo; la noticia de su nacimiento perturbó al gobernante y al vulgo. A lo largo de Su vida, la gente se puso de Su lado o en Su contra. No podía existir la neutralidad.

Él es un verdadero hombre

Jesús fue humano. Él tuvo hambre, sed, y estuvo cansado. Para Sus contemporáneos Él era un hombre normal. Con respecto a Su apariencia física, era como uno de nosotros. Alrededor de los veinte años, ya era carpintero en Nazaret. Cuando cumplió treinta, comenzó su ministerio público, predicando, enseñando y sanando. Nadie tenía razones válidas para dudar de su humanidad.

Él es un hombre sin pecado

Aunque no había razones para dudar de su humanidad, no obstante, había algo que diferenciaba la humanidad de Jesús de la nuestra; Él no tenía pecado. Una vez existió sobre esta tierra un hombre que estuvo absolutamente libre de la mancha del pecado. Nunca tuvo un pensamiento malvado, una motivación errónea, o una actitud pecaminosa. Fue tentado siempre desde el exterior, pero nunca desde el interior. Él siempre hizo lo que agradaba a Su Padre – lo cual excluye la posibilidad de que alguna vez pecara.

Aun las personas que no declararon ser sus amigos tuvieron que admitir que era inocente. Pilato no pudo encontrar falta alguna en Él. Su esposa le habló de Jesús como de un hombre justo. Herodes buscó evidencias en contra de Él en vano. El ladrón que moría a Su lado declaró que Jesús no había hecho nada malo. El centurión lo llamó un hombre justo. Y Judas admitió que él mismo había traicionado sangre inocente.

Sí, nuestro Señor es único. Y, además, es un humano sin pecado; pero eso no es todo. Nunca comprenderemos ni una fracción de la magnitud que tiene el significado del Calvario, mientras no reconozcamos que Aquél que murió en esa cruz, es mucho más que eso.

Aún queda una característica más, pero la veremos en el próximo programa, porque el tiempo se ha acabado. ¡Hasta entonces y que Dios les bendiga!

2 Comments

  1. Julio Sánchez dice:

    MUCHÍSIMAS GRACIAS POR ESTA BENDICIÓN.

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