¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado? (2ª parte)

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Autor: Dave Hunt

¿Cómo debemos enfrentar la tentación a pecar?
¿Cómo podemos experimentar la victoria sobre el pecado? ¿Es Dios, realmente, quien nos mete en tentación?
Éstas y otras preguntas serán analizadas en este mensaje.

 


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PE2038 – Estudio Bíblico
¿Cómo es posible obtener la victoria sobre el pecado? (2ª parte)



¿Cómo están, amigos? Cuando analizamos las tentaciones de Jesucristo, vemos que Jesús no fue tentado por el Padre, sino por Satanás (Lc. 4). Allí vemos la diferencia entre la tentación al mal realizada por Satanás, y lo que significa cuando algo es permitido por Dios: En Mateo 4:1, dice: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”.

Aparentemente Dios quería demostrar que el adversario no podía encontrar nada en Él (como se menciona en Jn. 14:30). Johannes Runkel dice:
“Cuando Satanás nos tienta, es porque en definitiva Dios lo ha permitido, pero el origen de la tentación se encuentra en el diablo. Dios, a veces, le da al adversario la posibilidad de hacerlo – como en el caso de Job (1:8 al 12) – para que nosotros seamos aprobados. Las tentaciones y pruebas que nosotros experimentamos en la práctica, rara vez se diferencian tan claramente (entre tentaciones a pecar y pruebas de parte de Dios) (…), porque a menudo se juntan varios aspectos.
Cuando Satanás, por ejemplo, nos quiere seducir a la mundanalidad, lo hace conectándolo también con nuestras apetencias internas. En el caso de Job, fue Satanás quien quiso lograr que este hombre renunciara a Dios y, a pesar de eso, leemos que Dios le dio esa posibilidad al enemigo para que la fe y la justicia de Job quedaran al descubierto; de modo que fue una prueba para Job”.

Espiritualmente importante, también, me parece el hecho de que Job también pudo aceptar lo malo de la mano de Dios (aun cuando esto nunca tiene su origen en Él), y así él fue aprobado (como vemos en Job 1:20 al 22; y 2:9 y 10): “¿No deberíamos aceptar también lo malo?” Aquí tenemos un lindo ejemplo de “Santificado sea tu nombre”.

Ninguna tentación o prueba que sufrimos, sin embargo, es tan grande como para que tengamos que sucumbir ante ella. Porque Dios sostiene Su mano sobre nosotros. No enfrentamos ninguna cosa que Él no conozca. De este modo, la tentación se convierte en prueba. Y, cuando nos aferramos a Cristo en medio del ataque, también experimentamos la victoria: 1 Co. 10:13, nos dice: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.

Esto, entonces, nos da el derecho de poder orar en forma sencilla, como niño: “¡No nos metas en tentación!” Podemos orar así, porque Jesús mismo nos ha dado el ejemplo, y quiere que la oración llegue a ser una fuente de poder en la tentación. “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (nos dice en Mt. 26:41). El Señor nos quiere resguardar del pecado en medio de la tentación. La declaración clave “No nos metas en tentación” está clara: “Guárdame de serte infiel. Padre, ayúdame. Te necesito ahora.” O también: “Cuando se den ciertas situaciones en las que solo no puedo mantenerme firme, ayúdame por favor a poder vencer y a no pecar.”

Tiene sentido que el Señor aún nos deje en la tierra. Jesucristo oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15). Más adelante, el apóstol Juan explica: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (…) Sabemos que todo aquél que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquél que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Jn. 5:4, y 18-19). Ahora, sabemos que nosotros mismos somos incapaces: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (como nos dice Ro. 7:22 y 23).

Pero tenemos ayuda, como vemos en Romanos 6:
– No tenemos necesidad de persistir en el pecado (v. 1).
– Hemos muerto al pecado con Cristo en la cruz, y en el bautismo (vs. 2 y 3).
– Debemos y podemos “andar en vida nueva” (v. 4).
– El poder de Su resurrección está activo en nosotros, si hemos sido plantados juntamente con Él en Su muerte (v. 5).
– Como el viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, ya no tenemos más necesidad de servir al pecado (v. 6).
– Podemos y debemos considerarnos muertos al pecado, “pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (v. 11).
– Hemos sido “libertados del pecado” y andamos en el Espíritu (v. 18).

Al parecer, el sentido de nuestra vida es demostrar la superioridad de la nueva vida con el Señor, ante el mundo visible e invisible. Por esta razón, tampoco nos libramos de tentaciones y pruebas. Dios las permite, por ejemplo, para que seamos fortalecidos y crezcamos en la fe, y que revelemos el poder de Dios como testimonio. Y nosotros podemos aceptar Su obsequio, uniéndonos cada vez más, en la fe, con Jesucristo.

Existe una clara diferencia entre el creyente y el incrédulo. “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (nos dice 1 Co. 6:11). Y Ef. 5:5 al 7, afirma: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario o inmundo o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos”. Alguien que vive en impureza moral no tiene parte en el reino de Dios. Somos llamados a no comportarnos como estas personas. “Hijos de ira”, eso caracteriza la naturaleza de aquellos que no son salvos (uno es hijo de alguien por medio del nacimiento). Cuando un hijo de Dios es atacado y tropieza, confesará el pecado, se levantará, y seguirá caminando con Jesús. Por eso, podemos orar: “No nos metas en tentación.”

Además, el Señor nos quiere proteger de una constante repetición de pecados perdonados. Existe una conexión entre “Perdónanos nuestros pecados” y “No nos metas en tentación”. Así como el primero de estos pedidos trata del perdón de pecados cometidos, la siguiente petición nos debe proteger de seguir pecando. Cuando pedimos perdón, siempre deberíamos preocuparnos seriamente de no seguir cometiendo los mismos pecados. El hecho es que la tentación es tanto más grande, cuantas más veces uno ya ha servido a un pecado, porque uno está, en cierto sentido, atado al mismo (“Quien comete pecado, es esclavo del pecado”) y se vuelve cada vez más superficial. Instintivamente uno es atraído por el pecado. El suelo ya ha sido aflojado. Si la primera vez uno todavía tenía escrúpulos, la segunda vez ya existe una cierta disposición a ceder. El germen del pecado ya ha sido vivificado. Y la tercera vez, es aún más rápido a causa de la concupiscencia y el deseo propios. Por esa razón, es necesario tomar con especial seriedad el arrepentimiento en el caso de pecados habituales, como por ejemplo los vicios (pornografía, pecados sexuales, alcoholismo, drogas, impureza, etc.). En concreto: Quien ya ha caído en pecado alguna vez en cierta área, debería ser especialmente meticuloso en arrepentirse de ese pecado, para luego andar en una nueva vida, es decir, practicar una nueva vida.

Un pecado tolerado, a menudo lleva a otras transgresiones más. Eso lo vemos en
– Caín: envidia, celos, asesinato.
– David: poder, lascivia, adulterio, asesinato.
– Abraham: incredulidad, mentira (disimulo), peligro de adulterio, mal testimonio ante los incrédulos.

El hecho de que los pecados causan dependencia, está documentado bíblicamente. Cuando el Señor Jesús fue tentado, él demostró estar arraigado en el Padre. Con nosotros, probablemente, el tentador habría tenido un juego más fácil, ya que en nuestra naturaleza pecaminosa fácilmente habría encontrado un partidario. Nuestro corazón es como una habitación en la que se esconden los malos pensamientos, el adulterio, la prostitución, el asesinato, el robo, la avaricia, la astucia, la fornicación, la blasfemia, la soberbia, etc. Por eso, le es fácil al diablo atizar esos brotes de pecado. Como personas nacidas de nuevo, no debemos imaginar nuestra nueva naturaleza como algo que desactive el germen del pecado en nosotros. ¡Hemos sido redimidos de la culpa y del poder del pecado, pero no de la posibilidad de pecar!

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