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Autor: Norbert Lieth

¿Quiere ir al cielo? Escuche cómo llegar, con toda seguridad, al lugar más hermoso de todos los tiempos y de todo mundo!


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PE2171 – Estudio Bíblico
Cielo, allí quiero ir (2ª parte)



¿Cómo les va, amigos? Decíamos en el programa anterior que: ¡Así como es verdad que existe una tierra, así también es verdad que existe un cielo! Pero, para éste primero debemos ser “ajustados”, ya que ningún pecado, nada malo, tiene acceso allí. Si Dios nos llevara al cielo en nuestro estado pecaminoso, el cielo ya no sería cielo. Por eso, vino Jesucristo como Redentor. Recibimos el perdón, somos hechos justos delante de Dios y hallamos el acceso al cielo a través de Jesucristo. Por eso, es también que Jesús dice de sí mismo: “Yo soy la puerta” (en Jn. 10:17). Y: “Yo soy el camino” (en Jn. 14:6).

Y en otra afirmación, Jesús enfatiza el objetivo de Su descenso del cielo a la tierra: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (nos dice en Jn. 6:38). Jesús vino del cielo para hacer la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios era preparar el camino para que los seres humanos pudieran llegar al cielo. Ese fue el camino que Jesús preparó. Él vino del cielo, para llevarnos allí. Por esta verdad, Jesucristo fue a la muerte en la cruz, resucitó de los muertos y regresó al cielo.

¡Qué maravilloso debe ser el cielo! Si Dios ha creado todo lo hermoso, lo que nos hace bien aquí en la tierra, no puede ser menos maravilloso en la presencia del Creador. Al contrario, debe ser infinitamente más hermoso y más benéfico, sobre todo porque, entonces, todo el mal habrá sido quitado.

Pero, lo que está claro: el cielo no es un lugar aburrido, etéreo, donde los ángeles sólo tocan el arpa incansablemente. Es más bien un lugar de vida y felicidad perfectas, de gozo perfecto, el lugar en que mora Dios. Allí donde reside el Creador de todo lo que disfrutamos en la tierra, no puede ser monótono.

Me gustaría citar algunos de los muchos pasajes de la Palabra de Dios que tratan del cielo (como He. 12:22 al 24; y Ef. 1:21; y 2:7):

El cielo es:
El lugar del Dios vivo, del Padre de la gloria,
El lugar donde se encuentran incontables ángeles, de diversos rangos,
El lugar de celebración,
El lugar donde reside Jesucristo, nuestro Redentor
El lugar que se encuentra muy por encima de todo principado, de toda violencia, poder, dominio y nombre,
El lugar de riquezas exuberantes,
El lugar del que dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap. 21:4 y 5).

Vemos, entonces, que: La diversidad en el cielo es infinita, así como Dios el Padre es infinito. Las dimensiones del cielo son inagotables. La vida en el cielo es eterna, y aun la eternidad no es suficiente para descubrir todo. Es el lugar de la dicha eterna y extrema. Lo que nos espera en el más allá, en la presencia de Dios, es tan grandioso que las palabras humanas no alcanzan para representarlo en forma completa.

Nuestro tiempo en la tierra, en comparación con la eternidad con Dios, ni siquiera es digno de mención. Y aún así, es aquí donde se decide si hallamos acceso al cielo o no. Y como lo mencioné antes: lo que nos separa del cielo es el pecado. Por eso, primero debemos ser adaptados para el cielo. Y es por eso que Jesucristo vino desde el cielo.

La Biblia testifica diciendo, en Ef. 1:7: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. Ése es el fundamento para poder llegar al cielo. Si usted pone su vida bajo el dominio de Jesucristo, si usted cree en Él, entonces tiene derecho legal al cielo. Filipenses 3:20, dice así: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”.

Cuando usted le pide a Jesucristo que le salve, se firma un contrato eterno, de cuyo cumplimiento se encarga Dios mismo. Entonces, usted no tiene más razón para dudar si va al cielo o no. Dios mismo pone esa seguridad en su corazón.

En ese caso, según las afirmaciones de la Palabra de Dios:
– Usted tiene una ciudadanía en el cielo.
– Usted se ha convertido en un hijo de Dios.
– Usted pertenece a la familia de Dios.
– Usted se ha convertido en heredero de Dios.
– Usted es uno de justos consumados.

Si usted cree en Jesucristo, y si toma para sí mismo la salvación que Él consumó, entonces, según dice la Palabra de Dios en Col. 1:13, usted es “trasladado al reino de su amado Hijo”. Ningún poder, ni ninguna circunstancia del mundo pueden arrancarlo del reino de Dios. También sobre esto, en Ro. 8:35, 38 y 39 dice la Palabra de Dios: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Quisiera terminar con un acontecimiento real que leí en un adjunto de ideaSpektrum 50/2013, titulado: “Entonces estaré en el cielo”: Un hombre fanático del deporte, llamado Paul, enferma de cáncer y está desesperado. Una médica de 35 años de edad, irradia una profunda paz interior, lo que conmueve a este hombre joven. Ella le habla de su fe en Jesucristo, que le da sentido y sostén a su vida. En el paciente se despierta la curiosidad, y le hace muchas preguntas. Un día la médica invita a Paul a orar. Él dice: “Quiero sentir que alguien me sostiene, que estoy protegido.” Ellos oran juntos, y de repente muchas cosas cambian, no físicamente, pero espiritualmente. Cuando él es llevado a su casa para morir allí, diariamente invita a sus amigos a visitarlo. Les pide que le lean de la Biblia, y ora con y por ellos. Él desea que vayan a su entierro, bajo una condición: “No vengan vestidos de negro, sino de colores. Porque yo estaré en el cielo, donde estaré bien. Soy un hijo de Dios. Ahora quiero estar con mi Padre que está en el cielo. Yo celebraré arriba, ustedes celebrarán abajo.” Cuando a su médica se le caen las lágrimas, Paul le dice: “¿Por qué lloras? ¡Si yo voy para estar con Dios! Allí un día te esperaré con los brazos abiertos.” Cuando su madre también comienza a llorar, Paul toma su mano y dice: “No estés triste. Yo seguiré estando en tu corazón, aun cuando esté con Dios.”

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