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Caleb

Su Servicio

(3ª parte)

Autor: Esteban Beitze

En medio de la noche oscura de la incredulidad, desazón y cobardía, aparece una luz que ilumina el camino, que da confianza y seguridad. Es un hombre que, en medio de la oposición y grandes retos, demostró ser un líder íntegro, capaz y perseverante. Ese hombre fue Caleb. Hoy, como nunca antes, la mies del Señor requiere de creyentes y, sobre todo, de líderes firmes, íntegros, que sirvan de ejemplo para otros. Caleb lo fue, tú también lo podrás ser. ¿Estarás dispuesto a ser usado por Dios?


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PE1469 – Estudio Bíblico – Su Servicio.mp3


 


Amigos, ¿cómo están? Es un placer para mí compartir estas breves líneas con ustedes. Continuamos viendo la vida de Caleb, y hablando de Su Servicio. El cuarto punto es: El respeto del siervo

Cuando Caleb pide la posesión que se le había prometido, observamos otro rasgo que caracteriza al verdadero siervo: el respeto. Josué era el líder del pueblo y ante él Caleb presenta su petición. Pero justamente la manera en la que habla con otros y de otros, manifiesta, con claridad, la forma de ser de este siervo de Dios.

Caleb había sido compañero de Josué al espiar la tierra. Pareciera también que había tomado cierta preponderancia frente a Josué cuando tuvieron que enfrentar al pueblo incrédulo. En general, se le ve a él tomando la palabra. Y la promesa de Dios es específica para él. Es indudable que el que más se destacó en este momento fue Caleb. Pero ahora Caleb busca su posesión y podría haberla exigido en términos fuertes. Pero él no actuó así. Con humildad y respeto se acercó a su amigo, que ahora era su jefe, y le presentó su petición. En Josué 14:6 leemos: “Y los hijos de Judá vinieron a Josué en Gilgal; y Caleb, hijo de Jefone, le dijo; tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea, tocante a mí y a ti”.

En nuestra cultura actual, prácticamente se ha perdido el respeto por los mayores y por los líderes en general. Esto se ve en los hogares, en donde los hijos maltratan a los padres con palabras, actitudes y, a veces, hasta con golpes. La misma realidad se traslada a las instituciones educativas, al punto que existen lugares en donde los profesores no están seguros de su vida si llegan a aplazar a un alumno. La misma falta de respeto a la autoridad se ve luego en el trato que recibe la policía y el jefe en el trabajo. Pero, es una triste realidad que la misma falta de respeto se observe en las familias cristianas, e inclusive en las iglesias. El apóstol Pablo, refiriéndose al tiempo final en 2 Timoteo 3:2 y 3, escribe que iban a ser tiempos caracterizados por: “hombres… vanagloriosos, sobrios, blasfemos, desobedientes a los padres… sin afecto natural…” Pero la Biblia nos enseña de tapa a tapa que le debemos obediencia y respeto a los padres y a todo tipo de autoridad, mientras que no nos pidan algo que vaya en contra de la Palabra de Dios. La persona que actúa de esta forma siempre será bendecida por Dios. Pero aquella que se levanta contra el liderazgo en forma equivocada, tarde o temprano, será juzgada por Dios.

Caleb trata con respeto a su líder vivo, pero ¿cómo hablaría de aquél que ya había muerto? Moisés había muerto como castigo por una desobediencia. A pesar de eso, cuando Caleb lo nombra lo presenta como “Moisés varón de Dios” y “Moisés siervo de Jehová”, así lo leemos en Jos.14:6 y 7. Algunos tratan mal a sus superiores y se excusan diciendo que su carácter es frontal. Lo interesante es que Caleb, justamente, significa “temerario, impetuoso” o “perro”. Es muy probable que haya sido impetuoso, pero esto no implicaba que iba a tratar o hablar mal de sus superiores.

La forma en cómo hablamos de nuestros jefes o líderes – actuales o pasados, buenos o malos, con sus fallas y errores – demuestra si tenemos la mentalidad de siervo o no.

Pero no sólo trata con respeto a su líder actual, no sólo habla bien de su antiguo jefe, sino inclusive trata con respeto a aquellos que se habían puesto en contra suyo, los que hicieron que el pueblo se desanimara e inclusive lo quisiera matar. Aunque no falta a la verdad y los presenta como los que “hicieron desfallecer el corazón del pueblo”, todavía los llama “mis hermanos”. Actualicémoslo un poco. Pensemos en un hermano o hermana de la iglesia con quien servimos juntos en alguna tarea. Nosotros buscamos servir al Señor lo mejor posible.

Buscamos la gloria del Señor, queremos que la obra avance y que haya mucho fruto. Le dedicamos mucho tiempo y esfuerzo y, quizás, hasta posesiones para esta tarea. Pero ahora viene un hermano o un grupo de hermanos que, por alguna razón, no sólo no tienen en cuenta nuestra tarea, sino que nos critican injustamente. Desacreditan nuestro actuar. Hablan en contra nuestro a nuestras espaldas, destruyen y nos quitan nuestro ministerio, haciendo que la iglesia entera se vuelva en contra nuestra. ¿Cuál sería nuestra actitud? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Y cómo trataríamos y hablaríamos de esta persona o grupo de personas? Ya conocemos la actitud del siervo.

Jesús mismo nos ha dado el ejemplo. Esto no significa que apoyemos u ocultemos el pecado. Caleb no ocultó la triste verdad, pero siguió tratando con mucho respeto y amor aún a los hermanos que cayeron y a aquellos que hicieron tanto daño. Esta actitud sólo la tiene aquel que se ha identificado con el “Siervo” por excelencia, nuestro Señor Jesucristo.

Y así llegamos al quinto y último punto:

La sinceridad del siervo

A los 85 años de edad, recordando el regreso del viaje de reconocimiento por la tierra de Canaán, Caleb dijo: “yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón” (así lo relata Jos.14:7). Con toda honestidad y sinceridad, Caleb había dado a conocer lo que había experimentado y lo que sentía al respecto. El informe que trajo no tenía la intención de agradar a Moisés, tranquilizar al pueblo, y mucho menos llevarle la contra a los otros diez espías. Simplemente estaba seguro que ésa era la verdad, y al serlo, tenía que ser expresada no importando las consecuencias. Desnudó su corazón delante del pueblo.

No se podrá recalcar lo suficiente la importancia de la honestidad y sinceridad del siervo de Dios. Para Caleb hubiera sido mucho más fácil unirse al lamento del pueblo y a la falta de fe de los diez espías. No hubiera tenido que sufrir la oposición. Pero tampoco hubiera logrado el beneplácito de parte de Dios. No había discrepancias entre lo que Caleb decía y lo que sentía o hacía.

La falta de honestidad y sinceridad es otro de los flagelos que azotan las iglesias y ministerios. Los supuestos “siervos de Dios” muchas veces se presentan de una forma en público y de otra completamente diferente en lo privado. Muchos jóvenes con los cuales he hablado, hijos de líderes de renombre dentro del mundo cristiano, se quejan por la falta de sinceridad de sus padres. Tienen una cara y un mensaje los domingos en la iglesia, pero son completamente diferentes en sus casas. Lógicamente, los hijos lo notan enseguida. No es de extrañar si luego no quieren saber nada del ministerio, o aún de Dios. A lo largo de todo su ministerio, Jesús se opuso fuertemente a los religiosos de su época porque predicaban una cosa y vivían otra, y con toda seriedad los puso en evidencia (vemos un ejemplo en Mt.23).

Por otro lado, numerosos líderes muchas veces dejan la verdad de lado, pasan por encima del pecado como si nada sucediera, con tal de agradar a la gente o de evitar conflictos. El argumento que se escucha generalmente es: “Si enfrentamos al hermano que anda en pecado, se alejará de la iglesia”. Para colmo de males, varias veces, se tiene mayor consideración con el hermano que aporta las mayores ofrendas.

Esto no es ser un siervo honesto. Pablo, cuando expone acerca de la unidad de la iglesia de Cristo como un cuerpo pone, como uno de los factores que une, el decir la verdad, pero con amor: “siguiendo (aferrando) la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo” (dice en Ef.4:15). Salomón dijo lo mismo en Prov. 3:3: “Nunca se aparte de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón”. Y en el vers. 4 leemos la consecuencia de este actuar: “Y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres”. Si queremos tener verdaderos siervos de Dios no podemos recortar la verdad. La honestidad o sinceridad tiene que caracterizar al siervo del Señor.

En definitiva, ¿servimos a Dios o hacemos lo que desean los hombres? ¿Dios está de acuerdo con lo que hacemos cuando nadie nos ve? Dios te pregunta ahora: ¿eres un siervo? ¿Te encuentras ocupando el lugar que Dios tenía preparado para ti? ¿Lo haces con fidelidad y en Su dependencia? ¿Tienes presente que pronto volverá y te pedirá cuentas? Seamos fieles siervos del Señor que se puedan gozar en Su venida. Éste es el líder que Él busca.

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