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Caleb

Su Reconocimiento

Autor: Esteban Beitze

En medio de la noche oscura de la incredulidad, desazón y cobardía, aparece una luz que ilumina el camino, que da confianza y seguridad. Es un hombre que, en medio de la oposición y grandes retos, demostró ser un líder íntegro, capaz y perseverante. Ese hombre fue Caleb. Hoy, como nunca antes, la mies del Señor requiere de creyentes y, sobre todo, de líderes firmes, íntegros, que sirvan de ejemplo para otros. Caleb lo fue, tú también lo podrás ser. ¿Estarás dispuesto a ser usado por Dios?


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PE1466 – Estudio Bíblico – Caleb, Su reconocimiento.mp3


 


Continuando con Caleb, en esta oportunidad trataré el punto: La justicia de Dios

No se puede separar la gloria de Dios de Su justicia, santidad y juicio. Inclusive cuando se hablaba de la construcción del tabernáculo, Dios dijo: “Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar será santificado con mi gloria” (esto lo podemos leer en Ex. 29:43). La gloria de Dios iba a santificar el lugar construido por los hombres. Su presencia incluye la santidad. No se puede separar la gloriosa presencia de Dios de Sus atributos, como la santidad y la justicia.

Frente a la presencia gloriosa de Dios, el pecado no perdonado, el pecador sin arrepentimiento, tiene que ser juzgado y, por otro lado, el justo es guardado. Esto fue lo que sucedió en la historia de Caleb, y asi lo leemos en algunos versos del capítulo 14: “Entonces Jehová dijo: … tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la tierra, todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá. Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión… Y los varones que Moisés envió a reconocer la tierra, y que al volver habían hecho murmurar contra él a toda la congregación, desacreditando aquel país, aquellos varones que habían hablado mal de la tierra, murieron de plaga delante de Jehová. Pero Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone quedaron con vida, de entre aquellos hombres que habían ido a reconocer la tierra”.

Varias veces más se ve relacionada “la gloria de Jehová” con Su juicio. Aparecía cuando el pueblo de Israel se rebelaba contra Dios y Sus siervos (por ejemplo en Ex.16:10; y en Nm.16:19 y 42; y 20:6). Uno de los eventos más tristes que encontramos en la historia del pueblo de Israel es cuando Ezequiel, en sus visiones en los primeros once capítulos de su libro, relata cómo la gloria de Jehová paulatinamente se va apartando del templo y de la ciudad de Jerusalén. Esto se debía a que el pueblo se mantenía en rebeldía a Dios, a Su Palabra y a la amonestación de Sus profetas. Finalmente, llegó la cautividad como consecuencia de su pecado. Realmente lo que sucedió fue lo que mencionó una mujer moribunda en otra ocasión: “Traspasada es la gloria de Israel”. La presencia de Dios se fue apartando, hasta permitir que Jerusalén fuera destruida y el pueblo llevado cautivo.

Sólo por la inmensa gracia de Dios, iba a llegar un momento en el cual el pueblo, ya convertido, sería restaurado y la gloria de Jehová volvería a la ciudad y al templo (lo que se relata en Ez. 43:1 al 5).

Más tarde, cuando el sacerdote Zacarías recibió la noticia de que él y su esposa estéril iban a ser padres en su vejez, nada menos del que iba a preparar el camino para el Mesías, éste dudó de la Palabra de Dios. En vez de haber podido salir alabando al Señor, como castigo tuvo que quedar mudo hasta el nacimiento de su hijo, conocido luego como Juan el Bautista.

Frente a la presencia de Dios hubo un justo juicio. Los diez espías rebeldes murieron inmediatamente; el pueblo incrédulo también murió en el correr de los siguientes años, sin poder ingresar a la tierra; “pero Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone quedaron con vida, de entre aquellos hombres que habían ido a reconocer la tierra” (así lo leemos en Nm.14:38). Dios premió a Su siervo y juzgó a los incrédulos. Mientras los huesos de los incrédulos se convertían en polvo en el desierto, los pies de estos dos fieles recorrían la tierra donde fluía “leche y miel”. Los otros habían dicho que Dios los había traído al desierto para morir allí, y fueron juzgados de acuerdo a sus propias palabras. Caleb, en cambio, había declarado que Dios los introduciría a la tierra y recibió la posesión de acuerdo a ellas. Varias veces Jesús dijo a las personas que venían para ser curadas: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Éste es un principio espiritual. El que cree recibe. En cambio, el que duda, pierde.

Esto debe ser una seria amonestación para todos los hijos de Dios. Queremos las bendiciones de la presencia del Señor; queremos sentir Su cercanía, consuelo y ánimo. Pero cuando se trata de confianza incondicional, obediencia y de la santidad que requiere estar en la presencia del Señor, muchos lo dejan de lado. No es de extrañar entonces, que la plenitud de la presencia del Señor no pueda estar en sus vidas. Y esto muchas veces está unido al juicio divino. ¡Ay de aquél que frena la obra de Dios!

Eso era lo que le sucedía a la iglesia de Corinto, que permitía el pecado. Participaban del recordatorio del sufrimiento y muerte de Cristo, de la cena, como si no sucediera nada. Pero la santidad de Dios requería justicia. Por esto Pablo dice: “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”(o sea, están muertos) (1 Co.11:29,30). Por eso, el apóstol exhorta a cada persona que participa a examinarse personalmente en la presencia del Señor, para ver si está en condiciones de participar o no. El santo Dios lo ve todo.

Caleb no fue juzgado, porque era recto delante de Dios.

El segundo punto, dentro del tema: Caleb – Su Reconocimiento, es: La recompensa de Dios Caleb no sólo recibió la confirmación pública de Dios, no sólo fue preservado del juicio, sino que también recibió una recompensa. Dios dijo: “Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión”.

Caleb tenía la promesa de Dios de poder entrar en la tierra. Ya nadie le iba a quitar esa esperanza. Podía estar tranquilo porque conocía que el Dios que hizo esta promesa también la cumpliría. Iba a tener su posesión y su reposo. La promesa de Dios mantuvo firme a Caleb durante los 45 años de peregrinaje en el desierto, llenos de molestias, muertes, conflictos interminables y esperanzas no concretadas, y luego en el tiempo de la conquista. Frente a tantos problemas, desastres, derrotas, influencias negativas y probablemente hasta rencores, él se mantuvo firme porque confiaba en la promesa de Dios.

En el momento en que el pueblo lo quería matar apareció la gloria de Jehová, y esta presencia de Dios lo acompañó el resto de su vida. Experimentó lo que, más tarde, Dios dijo por medio del profeta Isaías de aquellos que hacían lo justo y recto frente a Dios y al prójimo: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia”. ¿Qué otra cosa se puede pedir más que la presencia de Dios en una vida? ¿Habrá algo mejor, algo que traiga más bendición, seguridad y tranquilidad, que la presencia de Dios?

Cuando Moisés le pidió a Dios ver Su gloria, Él le había prometido: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (así leemos en Ex. 33:14).

El verdadero reposo, la más profunda paz, sólo la tendremos cuando la presencia de Dios esté con nosotros. Y al final, en forma perfecta, estaremos en reposo y tomaremos posesión de nuestra herencia cuando estemos, literalmente, en Su presencia. Como dice el escritor de la carta a los Hebreos: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios”; y el apóstol Juan en Apocalipsis, al describir la morada celestial de los creyentes – la ciudad santa de Jerusalén – la ve llena de la “gloria de Dios” que la ilumina. Pero aún estando todavía en este mundo, podemos estar reposados y tranquilos porque sabemos que nadie nos puede quitar la seguridad de la vida eterna. Nadie nos puede robar nuestra esperanza. ¡Sabemos que muy pronto estaremos para siempre con el Señor!

¡Que podamos vivir con la presencia gloriosa de Dios, hasta que muy pronto la podamos disfrutar en su plenitud!

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