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Título: Animados en el valle oscuro

Autor: Marcel malgo  PE1422

„Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento“. Se nos habla aquí de dos instrumentos que infunden aliento. Y ya que la Biblia no contiene palabras de más ni tampoco de menos, debe tratarse aquí de dos cosas diferentes. ¡Descubrámoslo!


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Hola amigos, los invito a leer hoy nuevamente los vers. 4 y 5 del Salmo 23:

„Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando“. Vimos en el programa anterior que cuando David habla de vara y de cayado, habla de dos cosas diferentes: un arma (palo o maza) y un cayado de pastor. Esto nos enseña una maravillosa verdad espiritual: La vara del Buen Pastor simboliza la protección completa contra el enemigo, y Su cayado nos anuncia calma y paz, a pesar del valle oscuro y de las luchas. Pues inmediatamente después, leemos: „Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores.“ En la vida diaria, muchas veces no somos concientes de la realidad de la vara y del cayado del Buen Pastor.

Realmente, a veces nos sentimos muy solos cuando nos encontramos en un valle oscuro, y nos preguntamos si el Señor está presente y dónde están Su vara y Su cayado, con los cuales Él nos quiere infundir aliento. Pero a pesar de los sentimientos que puedas experimentar en un momento de depresión, tienes la infalible promesa del Eterno de que la vara y el cayado del Buen Pastor quieren darte aliento justamente en el valle oscuro, y éste es un consuelo real, aunque quizás en el momento no lo sientas así. Si te apoyas de todo corazón en las palabras: „Tu vara y tu cayado me infundirán aliento“, ellas confortarán y alegrarán tu corazón.

Pero, debemos tener cuidado de no apoyarnos en una falsa vara y un falso cayado. Las personas del tiempo de Jesús hablaban y discutían acerca de la Persona de Jesús, Lo veían y Lo analizaban con sus propios ojos – sin embargo, llegaron a conclusiones totalmente equivocadas. Si bien es verdad que buscaban entender al Señor; no vislumbraron la fuente de vida y de poder que se encontraba en Él.

Continuamos entonces hoy, viendo que con sus suposiciones de que Él podía ser Juan el Bautista, Elías, Jeremías, o alguno de los otros profetas, si bien alcanzaron cierto nivel, no Lo alcanzaron a Él. Pues Jesús no era ni Juan, ni Elías, ni cualquier otra persona.

La tragedia en la vida de un hijo de Dios, es cuando habla de Cristo pero expresa otra cosa con sus hechos y palabras, quizás por temor a las demás personas. Y es justamente en el valle oscuro, donde no deberíamos subestimar el peligro de que un cristiano que lucha con grandes problemas y aflicciones, pueda no persevar en la fe y no esperar la ayuda del Señor.

Pues también el enemigo ofrece su „ayuda“ en forma de „vara“ y „cayado“ en todas las variaciones, y muchas veces lo hace en el momento en que un hijo de Dios se debilita en su fe y comienza a dudar. El profeta Ezequiel habló de esta „ayuda“, denominándola „bácula de caña“, en el cap. 29, vers. 6 y 7 de su libro: „Y sabrán todos los moradores de Egipto que yo soy Jehová, por cuanto fueron báculo de caña a la casa de Israel. Cuando te tomaron con la mano, te quebraste, y les rompiste todo el hombro; y cuando se apoyaron en ti, te quebraste, y les rompiste sus lomos enteramente“. El hijo de Dios que se encuentra en apuros y se apoya en el „báculo de caña“ del enemigo, fácilmente se aparta del camino del Buen Pastor y llega a otro camino, que quizás le parece bueno, pero que lo lleva a un lugar equivocado (como nos advierte también Proverbios 16:25). Esto pasa porque en las aflicciones no puso su confianza tan sólo en el Buen Pastor, no se dejó alentar por Su vara y Su cayado, sino que buscó una solución más rápida al problema en el cual se encontraba.

Volvamos nuevamente a las personas que se preguntaban quién era Jesús en realidad. Lo identificaron con grandes hombres de Dios, como Juan el Bautista, Elías, Jeremías u otro profeta, pero a pesar de eso no encontraron al Salvador, y sus vidas y sus palabras permanecieron ajenas a Él.

 No era poca cosa decir que Jesús era Juan el Bautista. Pues en Mt. 11:9 Jesús dijo de este gran hombre, conocido por todo el pueblo (como lo podemos ver en Mc. 1:5) y al cual Herodes hizo decapitar (lo cual leemos en Mt. 14:10), que era „más que profeta“. También el hecho de que, en aquel entonces, la gente comparara al Señor Jesús con el profeta Elías, demostraba cuán impresionada estaba por la vida de Jesús. Pues en 1 Re. 17:1 leemos acerca de Elías: „Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra“. Elías había sido dotado de la mayor autoridad. Y cuando la gente de aquel entonces ponía a Jesús al mismo nivel, significaba que Le rendían el mayor  homenaje. Sin embargo, esto no era suficiente para tener un encuentro con el Buen Pastor. Otros decían que Él era Jeremías. Cualquier otro se hubiera sentido adulado, pues leemos en Jer. 1:10 que Dios mismo dijo a ese profeta: „Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar“. Eso sonaba como un cheque en blanco para recibir el poder de Dios; y efectivamente, Jeremías fue uno de los más grandes profetas del Antiguo Pacto. A pesar de esto, Jeremías no era el Salvador, ni por aproximación. Por lo tanto, las personas que optaron por Jeremías, no encontraron al Hijo de Dios. Y los que pensaban que Jesús podía ser cualquiera de los profetas, se equivocaron aún mucho más, aunque los judíos no decían fácilmente de una persona que era profeta, porque sabían que los verdaderos profetas eran enviados por Dios. Él les dijo en Jeremías 44:4: „Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco.“ ¿No es trágico que la mayoría de los judíos de aquel entonces, a pesar de otorgarle grandes honores al Señor Jesús, permanecieran totalmente ajenos al verdadero Mesías?

Es muy parecido a lo que pasa en la vida de no pocos cristianos cuando se encuentran en el valle oscuro. En lugar de confiar en la promesa del Buen Pastor, de que Su vara y cayado les infundirán aliento, buscan otras varas y otros cayados que les prometen una supuesta ayuda. Esto lo experimentó una hermana en la fe, conocida mía, que padecía una grave enfermedad. Juntó sus últimas fuerzas y viajó a Africa, para ser sanada por la poderosa oración de algunos hermanos allí. Ésta era su esperanza. Pero ¿qué sucedió? Cuando llegó otra vez a su casa, tuvieron que internarla en el hospital y falleció. ¿Había hecho algo mal? Cuando oraba fervientemente por su sanidad, confiaba en Jesús. Pero cuando viajó a Africa con sus últimas fuerzas, ya no se estaba apoyando en Jesús, sino en la autoridad de los hermanos en la fe; no recurrió a Jesús mismo, sino que, llena de confianza, se encomendó al poder de la oración de un „Juan el Bautista“, de un „Elías“, de un „Jeremías“ o de otro „profeta“. Sin duda alguna, los hermanos allí habrán orado al Padre celestial en el nombre de Jesús, clamando por la sanidad de esta hermana gravemente enferma. Pero, ¿no vivía esta hija de Dios bajo el mismo cielo que el de Africa? ¿No era el mismo Dios el que oiría la oración de fe, también desde su país?

 Sin duda, frecuentemente el Señor se vale de las manos de las personas para ayudarnos, por ejemplo cuando los ancianos de una iglesia ungen a un enfermo con aceite y oran con fe (como lo dice Santiago 5:14 y 15) para que sea sanado. Si Dios quiere, usa también a los médicos y medicamentos para sanar enfermedades. Y cuando nos encontramos en problemas financieros u otros, el Señor usa también a hermanos o hermanas que nos ayudan con sus consejos. Pero si cuando estamos en un valle oscuro, dejamos de pedir y de esperar la ayuda del Señor en primera instancia, y nos ponemos a confiar más en los hermanos que en Dios, estamos en el camino equivocado. Cuando nos dirigimos a un „Juan el Bautista“, a un „Elías“, un „Jeremías“ u otro „profeta“, y no al Señor mismo, hemos, por así decirlo,  „perdido“ al Buen Pastor.

Quiero hacerles recordar aquí el trágico final del rey Asa, quien al principio fue muy bendecido. Leemos acerca de él en 2 Cr. 16:12: „En el año treinta y nueve de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos“. Seguramente no era ninguna equivocación consultar a los médicos; pero como se desprende del texto, no buscó en primer lugar al Señor, sino tan sólo a los médicos.

Como cristianos, podemos caer en esta actitud equivocada de confiar en los hombres, no solamente en el valle oscuro sino también en la vida diaria „normal“. Pues cuando el Señor no responde en seguida nuestra oración, corremos el peligro de poner nuestra confianza en hermanos maduros (como un „Juan el Bautista“, un „Elías“ o un „Jeremías“) y de perder así la comunión directa con Jesús, el verdadero Dios y Señor (como lo reconoció Tomás en Jn. 20:28), y el único en quien encontramos verdadera ayuda.

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