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Autor: Esteban Beitze

Tu vida se convirtió en una farsa, en una pantalla. Tu conciencia te acusa. Tu vida está llena de amargura. ¿Habrá solución?
Si hemos caído ¿cuál es el camino para la restauración?
Encuentra las respuestas al escuchar este esperanzador mensaje, acerca de la triste realidad de las caídas!!

 


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PE2151 – Estudio Bíblico
El camino a la restauración (4ªparte)



Cómo están amigos? Habíamos hablado de la profunda tristeza que invade después de la caída en el pecado. Pero, existe otra tristeza profunda del alma, que es la que lleva al arrepentimiento. En el caso de Pedro, gracias a Dios, fue esta última. Él se arrepintió profundamente de su pecado, su orgulloso corazón fue quebrantado. Buscó el perdón del Señor y lo encontró. Por lo tanto, si todavía no lo has hecho, ¡acepta a Cristo como tu Salvador y Señor de tu vida ahora! ¡Deja que te limpie de tu pecado y te salve para toda la eternidad! Si ya eres creyente y pecaste, vuelve arrepentido a Cristo. Puedes estar seguro que Él te perdonará.

Lo extraordinario de esta historia, es que no terminó con la amargura de Pedro. El Señor le dio una nueva oportunidad. Apenas resucitó y se presentó a las mujeres – las primeras testigos de ello – les dijo que avisaran de este acontecimiento a los discípulos y a Pedro (así lo leemos en Mr.16:7). O sea, ya anticipaba el hecho que lo había perdonado y que comenzaría de nuevo con él, lo que se ve en forma maravillosa en Juan 21:15 al 19. Esto lo que el Señor busca. Dios le dio una nueva oportunidad a Pedro. Y este pecador arrepentido, se convirtió en el líder de la nueva Iglesia y en un instrumento de lo más útil en las manos del Señor.

Una vez hablando sobre este tema en un encuentro de jóvenes, y llegando a este punto, vi a una joven que estaba deshecha en llanto. Al final de la reunión fui a hablar con ella. Carla me contó que se sintió absolutamente identificada con la caída de Pedro. Cada paso descendente, ella también lo había dado. Hacía mucho que había entregado su vida al Señor y era muy activa en la iglesia. Disfrutaba mucho lo que hacía. Allí se puso de novia con un joven creyente. Como descuidó la comunión con el Señor por medio del estudio de la Palabra, la oración, el compromiso con la obra, se creía muy firme y le dio lugar al ocio. También los demás pasos descendentes se fueron dando a un ritmo cada vez más vertiginoso hasta caer en el pecado sexual. Esto obviamente, también se fue repitiendo. Su vida se volvió llena de miedo y reproches. Al final, como no podía ser de otra forma, todo salió a la luz y también perdió el ministerio que tanta alegría le había dado desarrollar. Lo bueno de esta historia es que no quedó allí. Profundamente arrepentida le pidió perdón al Señor, se sujetó a la disciplina de la iglesia y buscó la restauración. Mientras escribo estas líneas ya fue restaurada completamente y es, otra vez, una joven feliz. Ésta es una de las tantas cosas asombrosas de Dios. Él empieza de nuevo. Nos da otra oportunidad.

El profeta Jeremías, llorando por la destrucción de Jerusalén y cautividad del pueblo como consecuencia de sus pecados, en Lam. 3:19 al 32, ora esperanzado: “Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; Lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí; Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; Ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; Dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas. Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias”.

Aunque el pueblo fue llevado cautivo y sufrió durante 70 años, Dios lo hizo volver a su tierra. Reconstruyeron el templo y la ciudad, y Dios los restauró. Y además, unos 500 años después, les envió al Mesías prometido.

Por medio de la historia de Pedro, de Israel y tantas otras, podemos observar que la misericordia de Dios permite un nuevo comienzo. Obviamente, no tenemos que tomar este hecho como excusa para pecar a la ligera. Todo pecado tiene consecuencias, muchas de las cuales son irreversibles. Dios perdona, restaura y empieza de nuevo con el que pecó, pero las marcas, recuerdos, castigos, vergüenza y consecuencias del pecado las tiene que llevar cada uno.

¿Por qué es tan difícil vencer las tentaciones?

Seguramente ya te habrás hecho esta pregunta. Realmente es impresionante estar enfrentando la tentación. Quedamos como embelesados por algo que conocemos como dañino. Nuestro corazón empieza a latir con más fuerza. El calor invade el cuerpo. En nuestros pensamientos hay como una nebulosa. Queremos salir, pero todo nuestro ser se resiste y se vuelve un torbellino descontrolado.

O. Hallesby, en su libro «Más allá de la religión», describe de una forma acertadísima lo que sucede en todo nuestro ser al estar enfrentado con la tentación. Afecta cada área de nuestra personalidad.

  • Afecta los sentimientos: se inflama un furioso deseo por las cosas prohibidas. Son lo más importante e imperdible.
  •  Afecta el intelecto: debilita nuestro poder de discernimiento. Nuestra capacidad normal de discernir los valores desaparece y el pecado se ve cada vez menos peligroso y serio. Las personas más inteligentes pueden cometer los hechos más necios, de los cuales a menudo, se arrepienten toda la vida.
  • Afecta la voluntad: todas nuestras buenas resoluciones tomadas se paralizan, se derriten como cera frente al calor.
  • Afecta los pensamientos: tratamos de defender la actitud. No nos preocupa defender la verdad, sino nuestros propios deseos en el asunto. Hay una simulación interior y nos auto-engañamos. Nos negamos a reconocer que lo quisimos deliberadamente y aún buscamos a quién acusar del hecho.

¿Cuál es, entonces, el camino para llegar a la restauración?

Después de meditar en lo anterior, quizás te das cuenta que te estuviste alejando del Señor. Dejaste de lado la lectura de la Palabra de Dios y la oración. Te creías muy firme y capaz de lidiar con la tentación con tus propias fuerzas. Quizás tú también te encuentres calentándote las manos, sintiéndote bien en un grupito que sabes que no te conviene. Cambiaste la iglesia por amigos del mundo o creyentes mundanos, y te fuiste enredando cada vez más en los lazos del diablo. Puede ser también, que ya te encuentres en caída libre hacia el pecado o que ya lo hayas cometido. Quizás ya estás cosechando los tristes frutos de la amargura. Quizás tú también estuviste negando al Señor, directa o indirectamente, por callarte acobardado, por participar de cosas que no te convenían, dándole lugar al pecado en tu vida, y procurando disfrazarlo. Tu vida se convirtió en una farsa, en una pantalla. Tu conciencia te acusa. Tu vida está llena de amargura. ¿Habrá solución? ¡Gracias a Dios, sí la hay!

Si hemos caído ¿cuál es el camino a la restauración?
Un buen ejemplo es David. Después de adulterar, intentar engañar, ocultar su pecado y matar a Urías, llega el momento en que el pecado sale a la luz. Lo bueno es que no se excusa, no contraataca, sino que lo reconoce y se arrepiente. Hizo una profunda oración de arrepentimiento y de regreso al Señor (de la cual leemos en el Salmo 51:1 al 13).

Por lo tanto, la solución es: ¡vuelve al Señor! Arrepiéntete de tus pecados y faltas y Él hará nuevas todas las cosas. Una vez, un joven que había caído en pecado sexual con su novia, me preguntó qué tenía que hacer. Si lo confesaba, iba a poner en evidencia también a la novia, quedaría mal con la familia y la iglesia. Obviamente, siempre surge el miedo a lo qué dirán los demás, y las consecuencias si se confiesa el pecado. Pero, la Biblia es clara al respecto. Salomón, inspirado por el Espíritu Santo, escribió: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Pr. 28:13). Tu vida puede tener brillo otra vez. En vez de amargura, Dios te quiere dar paz y gozo. ¡Vuelve al Señor y Él lo hará!

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