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El Profeta Ezequiel

 

(2ª parte)

Autor: Samuel Rindlisbacher

Mientras el profeta Ezequiel estaba prisionero en Babilonia, los enemigos de Israel triunfaban, y él tuvo la desagradable tarea de anunciar el juicio futuro sobre su propio pueblo. Pero, su mirada profética llegó más allá del juicio, ya que vio, también, la futura gloria del pueblo de Dios. Escuchemos acerca de esto en este mensaje de Samuel Rindlisbacher.

 

 


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PE1770 – Estudio Bíblico
El Profeta Ezequiel (2ª parte)


 


Amigos, ¿cómo están? Finalizando el programa anterior, dijimos que: El primer amor de Dios sigue siendo para su pueblo, los judíos, como Él mismo lo dice en su Palabra, en Jer. 31:3:«Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia». Y Dios, va aún más allá de esta promesa, al declarar en Is. 49:15 y 16:«¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros.»Dios se ha comprometido con su pueblo por medio de un pacto indisoluble. Y Pablo aclara, en Romanos 11, que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”.

Así que, éstos son los hechos que tenemos que tener en mente, nos guste o no. No podemos negar las afirmaciones claras de Dios acerca de Israel, y no podemos actuar como si este pacto ya no valiera hoy en día. Tampoco podemos espiritualizar las declaraciones, reclamando simplemente que la iglesia de Dios ha reemplazado el lugar de Israel. Nos tenemos que basar firmemente en la interpretación literal, gramatical e histórica de las Escrituras, y las mismas no permiten otra conclusión.

El amor de Dios hacia el pueblo de Israel no es ciego, ni es sentimental. Más bien es determinado y compenetrado por la esencia de su ser, que es verdad, pureza y santidad. Pero, su amor no le lleva a cerrar los ojos ante la situación de su pueblo, pues dice a través de Ezequiel, en el cap. 18, vers. 24:«Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá.»

Éste fue el punto débil. Israel se había alejado de Dios y Ezequiel tuvo que constatarlo. Así dice en el cap. 22, vers. 26:«Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos.»Los líderes espirituales en Judá estaban dispuestos a tranzar con la verdad. No les parecía tan grave la situación. «Después de todo, todos vamos a cielo.» Además, los líderes políticos eran corruptos, como lo leemos en el vers. 27:«Sus príncipes en medio de ella son como lobos que arrebatan presa, derramando sangre, para destruir las almas, para obtener ganancias injustas». Su interés no se centraba en el bien del pueblo sino en su propio beneficio y bienestar. Engañaban, mentían, robaban y sobornaban sin escrúpulos.

Los mismos profetas cubrían este mal comportamiento, así lo dice el vers. 28:«Y sus profetas recubrían con lodo suelto, profetizándoles vanidad y adivinándoles mentira, diciendo: Así ha dicho Jehová el Señor; y Jehová no había hablado». Ya no le daban prioridad a la Palabra de Dios. Los profetas decían lo que la gente quería escuchar y actuaban como si todo estuviera completamente en orden.

Las consecuencias de esto se reflejaban en el pueblo, como consta en el vers. 29:«El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho.»Se hizo realidad la palabra de Proverbios 11:14:«Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo…»Asimismo, Judá se había corrompido, reinaba la violencia y la opresión. Cada aspecto de la ley había sido violado.


Encargado por Dios mismo, Ezequiel emprendió la búsqueda de un«hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese;…»(como leemos en el vers. 30). Lamentablemente, Dios tiene que constatar: «… y no lo hallé.» No había nadie que pudiera interceder a favor del pueblo de Dios. Nadie que se opusiera al mal. Todos se habían apartado de Dios, de su justicia y de su Palabra.

Como ya habíamos dicho, los cap. 1 al 24, nos hablan de: El Juicio de Dios sobre el pecado. «Por tanto, derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice Jehová el Señor» (así leemos en el cap. 22:31). Pues, al fin, sucedió lo inevitable.


Varios profetas lo habían advertido, habían reprendido al pueblouna y otra vez señalando los puntos débiles en la sociedad – sin resultados. Así lo relata Ezequiel, en el cap. 24, vs. 1 y 2: «Vino a mí palabra de Jehová en el año noveno, en el mes décimo, a los diez días del mes, diciendo: Hijo de hombre, escribe la fecha de este día; el rey de Babilonia puso sitio a Jerusalén, este mismo día.»

Esto fue el 15 de enero del año 588 antes de Cristo (el día en el cual falleció la esposa de Ezequiel). Los babilonios pusieron sitio a la ciudad de Jerusalén por última vez. La Palabra de Dios se cumplió de manera trágica, como estaba profetizado en el cap. 23:46 y 47: «Por lo que así ha dicho Jehová el Señor: Yo haré subir contra ellas tropas, las entregaré a turbación y a rapiña, y las turbas las apedrearán, y las atravesarán con sus espadas; matarán a sus hijos y a sus hijas, y sus casas consumirán con fuego.»


Hasta el Templo fue consumido por las llamas– el mismo templo que Dios ya había abandonado hacía mucho tiempo como consecuencia del pecado del pueblo Israel: «Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del umbral de la casa …» (leemos en el cap. 10:18; y podemos comparar, también, con el 11:23). El pecado de Israel había desplazado a Dios. Ya que el pueblo no se arrepentía del pecado y regresaba a Dios, Él tenía que alejarse de su pueblo.

Ezequiel se enteró de la caída y de la destrucción de Jerusalén recién seis meses después de la batalla, a través de uno de los pocos que habían podido escapar de la masacre. Así leemos en Ez. 33:21: «Aconteció en el año duodécimo de nuestro cautiverio, en el mes décimo, a los cinco días del mes, que vino a mí un fugitivo de Jerusalén, diciendo: La ciudad ha sido conquistada». De esta manera, el 18 de Julio del 586 antes de Cristo, Jerusalén fue entregada al poder de los babilonios, y el resto de los judíos que vivían en ella fue llevado cautivo al exilio. Ésta fue la consecuencia de no haber reaccionado a los mensajes de Dios.



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