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Autor Norbert Lieth

La entrada del sumo sacerdote al lugar santísimo, una vez al año, era una representación profética de la obra de Jesucristo.

Seis Puntos en cuanto a la profecía de Daniel 9: 24-27.


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El tiempo está cerca (1ª parte)

Estimado amigo, para entrar en el tema – El tiempo está cerca – quiero leer primeramente la porción bíblica que encontramos en Daniel 9, los versículos 24 al 27:

“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo. Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y volverá a ser edificada con plaza y muro, pero en tiempos angustiosos. Después de las sesenta y dos semanas, el Mesías será quitado y no tendrá nada; y el pueblo de un gobernante que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Con cataclismo será su fin, y hasta el fin de la guerra está decretada la desolación. Por una semana él confirmará un pacto con muchos, y en la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Sobre alas de abominaciones vendrá el desolador, hasta que el aniquilamiento que está decidido venga sobre el desolador”.

En Daniel encontramos la más exacta indicación profética de tiempo en la Biblia. Se nos describe el día preciso de la primera venida de Jesús, a lo cual volveremos más adelante.

Vamos a tratar, con la ayuda del Espíritu Santo:

1. de orientarnos en esta descripción;

2. de ver así que el regreso de Jesús debe estar cerca, y

3. que esto debe tener consecuencias personales para nosotros.

I. ¿De qué se trata Daniel 9?

Aquí se habla de las 70 semanas de años de Israel y de la última septuagésima semana de siete años. Todo lo descrito en este capítulo, no tiene nada que ver con la historia universal o la historia eclesiástica, sino que se refiere exclusivamente a Israel y Jerusalén. Se le dice al judío Daniel: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo (= Israel) y sobre tu santa ciudad (= Jerusalén)” (v. 24a). Se trata, pues, de la historia de Dios con Su pueblo durante un período de 70 años. Cuando se haya alcanzado el fin de la septuagésima semana, entonces acontecerán seis cosas:

1º. “…para terminar con la transgresión” (v. 24b). Es decir, entonces vendrá el Mesías y terminará con la transgresión del anticristo y del falso profeta.

2º. “…para acabar con el pecado…” El Señor en Su regreso apartará completamente el pecado de Israel, como lo dice también Romanos 11:26: “Y así todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el libertador; quitará de Jacob la impiedad.”

3º. “…para expiar la iniquidad…” También esto habla de la reconciliación definitiva de Dios con Israel. Bien es verdad que el Señor Jesús ya hace 2000 años hizo expiación de la iniquidad de Israel en la cruz del Gólgota, solamente que Israel todavía no lo reconoció. Recién llegará a ser un hecho para ellos, cuando vean a Aquél a quien traspasaron (Zac. 12:10). No es por casualidad que un gentil de alta posición hizo escribir encima de la cruz de Jesús: “Este es el Rey de los Judíos.” Vemos en la cruz al Rey de los judíos. Lleva la culpa de los judíos. Lo que Isaías 53 dice proféticamente, será la confesión de culpa de Israel en la segunda venida de Jesús sobre el Monte de los Olivos: “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros le tuvimos por azotado, como herido por Dios, y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados” (v. 4-5).

Aquí pensamos en el gran día de la reconciliación en Israel, el Yom Kippur. Unicamente en este día del año, el Sumo Sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo del Tabernáculo o del Templo. Con la sangre del sacrificio desaparecía ante la multitud de Israel, que esperaba en el atrio, atravesaba el Lugar Santo y pasaba por la cortina al Lugar Santísimo, donde rocía la sangre sobre el propiciatorio y delante de él, para reconciliar a Israel con Dios. Entretanto todo el pueblo esperaba el regreso del Sumo Sacerdote. En las orlas de su manto colgaban campanillas de oro puro, las cuales emitían un sonido claro cuando caminaba. De esta manera, el pueblo sabía por el tintineo cada vez más fuerte que el Sumo Sacerdote había dejado el Lugar Santísimo y pronto saldría por la puerta del Lugar Santo al atrio. Cuando luego aparecía y comunicaba la reconciliación al pueblo, se levantaba un júbilo de gozo de las filas, pues sabían: Los pecados de un año entero habían sido expiados.

Este acontecimiento anual en Israel era una representación profética de la obra de Jesucristo. El murió en la cruz del Gólgota como el perfecto Cordero sacrificado por el pecado del mundo entero. Con Su propia sangre entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo del cielo, y ahora está ya casi dos mil años con el Padre, sentado a Su diestra sobre el trono de Dios. Pronto llegará el momento en que El salga del Lugar Santísimo del cielo y regrese, visiblemente para todo el mundo, trayendo la reconciliación para Su propio pueblo.

Él traerá también “…la justicia eterna…” (Dn. 9:24b). Aquí se habla de la era que el Señor levantará entonces, en la cual reinará la justicia eterna. Cuando Jesús haya regresado, establecerá desde Jerusalén el Milenio de paz, que se extenderá sobre el mundo entero.

“…para sellar la visión y la profecía…” Esto significa: Entonces todas las profecías de Dios se habrán cumplido. Todo lo que El hizo anunciar por los profetas en el transcurso de los siglos y de los milenios, entonces estará cumplido, visiblemente ante todo el mundo. Dios es fiel y El cumple Su Palabra. Jesús lo dijo de antemano: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35).

“…y para ungir al Santo de los santos” (R/V60). Esto se refiere a la investidura del Señor Jesucristo en el Templo reconstruido en Jerusalén, como el eterno Rey de todos los reyes y Señor de todos los señores. El estará sentado sobre el “trono de David” y desde Jerusalén reinará con justicia sobre todo el mundo.

Todos los puntos descritos aquí (Dn. 9:24b) todavía no se cumplieron para Israel, pues el Señor todavía no regresó, sino que aún se encuentra como Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo del cielo.

Pero en los siguientes versículos, 25-26, el tiempo del camino de Israel (las 70 semanas de años) comienza a correr hacia la meta que acabamos de describir. Figuradamente hablando, es como si el Señor tomara un cronómetro en Su mano, lo pusiera en marcha y se iniciara la carrera hacia la meta. El dijo a Daniel las palabras que leemos en los versículos 25 y 26 del capítulo 9: “Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y volverá a ser edificada con plaza y muro, pero en tiempos angustiosos. Después de las sesenta y dos semanas, el Mesías será quitado y no tendrá nada; y el pueblo de un gobernante que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Con cataclismo será su fin, y para el fin de la guerra está decretada la desolación”.

Lo que todo esto significa lo consideraremos, en algunos puntos, en la próxima transmisión, para la cual le invito cordialmente. Que Dios le bendiga

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